HUÉSPEDES DE LA SEXTA FLOTA

Josep Maria Espinàs

EL PERIÓDICO DE CATALUÑA
Domingo, 30 de enero de 2011

Van apareciendo buenos libros sobre varios aspectos de Barcelona. Ahora se ha publicado uno que me ha traído muchos recuerdos de cuando yo subí a un portaviones de Estados Unidos. El libro lo ha escrito Xavier Theros y se llama La Sisena Flota a Barcelona, con un subtítulo aclaratorio: Quan els nord-americans envaïen la Rambla. Los marines, claro. Es un completo documento con fotografías que ha ganado el Premio Huertas Clavería.

Theros me ha hecho pensar en una época que los jóvenes de hoy en día no han vivido, y en una de las pequeñas aventuras de mi vida: embarcar en el gran portaviones Forrestal y estar dos días, el tiempo que la nave dedicó a unas maniobras, en aguas entre Barcelona y Mallorca.

El Forrestal tenía 21 plantas, que no es poco. Muchas de ellas estaban debajo del nivel del agua. Vivían en el barco más de 4.000 marineros, y cuando yo estuve allí se produjo el hecho de que, después de no sé cuántos meses de navegación, se encontraran por casualidad dos hombres que eran vecinos de la misma calle. Tuvieron una gran sorpresa, porque el Forrestal era como una ciudad, pero con unos cuantos barrios prácticamente incomunicados. Pero lo que más me impresionó fue asistir, desde la enorme cubierta, a unas maniobras nocturnas. Los aviones salían de la cubierta disparados, con un ruido considerable, y se perdían en la oscuridad. Volaban durante un largo rato, dando una vuelta, hasta que regresaban al Forrestal; en plena noche y con las luces apagadas. Solo había una pequeña luz al principio de la pista, y un espejo en donde los pilotos podían comprobar si cogían la pista con la precisión indispensable para no estrellarse o caer al agua.

Era aquel un espectáculo que no puedo comparar con ningún otro. El estrépito al despegar el aparato, la desaparición visual del avión en la oscuridad, y al cabo de unos instantes, la repentina proximidad de otro avión que aterrizaba y era frenado por los cables. Era un carrusel mágico, grandioso.

Después asistí a una sesión en la que los pilotos que habían volado -sentados con las piernas estiradas- se relajaban y comentaban con sus superiores cómo había ido la maniobra. Pregunté a un oficial cuánto dinero costaba uno de aquellos aviones. Me contestó: «Vale mucho más un piloto. Un avión se puede sustituir fácilmente, pero formar a uno de esos pilotos cuesta mucho tiempo». No me fue fácil dormir en una cabina de aquel monstruo.

No hay comentarios: