Posted on 12 February, 2011
Durante este último mes he estado enganchado a un libro que es, como dice el tópico, historia viva del barrio Xino. Una zona de Barcelona con mucha personalidad de la que existe muy poca bibliografía. Existió una época en la que el perfil canalla del barrio impactó con el casco de una nave poderosa: la sexta flota norteamericana que empezó a visitarnos a principios de los 50 y ya no nos abandonó hasta el año 1987 (a partir de entonces las visitas serían más tímidas y espaciadas). El historiador, escritor y poeta (miembro de Accidents Polipoètics) Xavier Theros detectó la falta de documentación que acreditara esta relación de amor odio entre la ciudad de Barcelona y el brazo naviero del ejército más poderoso del siglo XX. Una relación que no tuvo un inicio fácil, ni mucho menos.
Theros nos explica que a principios de la dictadura franquista España era “aquel lugar del Mediterráneo donde el gobierno de Washington tenía problemas con la persecución de las minorías religiosas como era el caso de la protestante”. Franco y su gobierno tuvieron que suavizar su discurso y dar por iniciada una política de tolerancia si no quería incomodar a sus aliados que ya tenían a España en el punto de mira geo-político. Así que llegó la reacción por parte del gobierno del dictador. El artículo VI del Fuero de los Españoles apuntaba que los infantes no católicos serían dispensados de las clases de religión. Esto originó una situación ambigua entre el marco legal de la época y la realidad. Y es que a mediados del siglo pasado todavía se seguían deteniendo a pastores protestantes que se sospechaba hacían proselitismo entre las clases trabajadoras. Lo que no intuía Franco ni ninguno de sus asesores es que todo se complicaría cuando surgió el amor entre las chicas católicas de esta nuestra ciudad y los marinos herejes norteamericanos que venían del medio oeste.
Y entonces fue cuando llegó en 1951 por primera vez (y a lo grande como solo los americanos saben hacerlo) la Sexta Flota que rápidamente se erigió “en una formidable unidad de intervención rápida, además de en un trozo ambulante de los éxitos y las virtudes del sistema norteamericano”. Los marinos y marines se exhibirán por las calles de nuestro casco antiguo con su uniforme, causando sensación entre las chicas autóctonas y los niños locales que no pararon de perseguir a todo marine viviente en busca de chicles. Como bien apunta Theros en el libro, “parecían estrellas de cine”. Así se daba por iniciada una relación que debía durar casi cuatro décadas. Los comerciantes de aquella zona de la capital catalana empezaron a ganar dinero con la paga fresca de los militares del Tío Sam. Algunos negocios no sólo salieron a flote, consiguieron amasar aceptables fortunas con las que esquivar las estrechuras de la post-guerra que por entonces parecía tocar a su fin. La llegada de marinos norteamericanos a Barcelona empieza a cambiar “con conflictos como el de la revuelta comunista en el Líbano que lleva a los estadounidenses a desembarcar cerca de Beirut (1958), convirtiéndose se en los primeros estresados de combate que llegaban a nuestro puerto”. En esta categoría destacan los que vendrían del infierno del Vietnam. Se les detectaba rápido por que “cuando entraban en un bar no perdían de vista la puerta”. Fueron lo que protagonizaron los problemas de orden público más importantes: “para los veteranos de guerra que habían pasado por Vietnam, la gente de Barcelona no éramos nadie, ni nos veían”, recuerda uno de los testimonios de aquellas peleas que muchas veces protagonizan marines blancos contra los marines de raza negra.
Del libro me quedo sobretodo con las descripciones de los hábitos de los barceloneses de la época. Por ejemplo en el libro se explica que el boxeo y la lucha libre americana causaban furor en la Barcelona de los años 50. Ni siquiera el básquet era tan popular, aunque el deporte de la canasta vivirá un espaldarazo importante el 9 de julio de 1951 cuando llegan por primera vez a BCN los Harlem Globetrotters que en esa primera gira mundial tiene como estrella invitada al atleta Jesse Owen. En la Barcelona que se encuentran los primeros yankees el béisbol también tiene una buena acogida. De la década de los 50 a los 60, los clubs “segundones” (con todo el respeto) en el mundo del fútbol serían precisamente los primeros en el juego del entonces denominado pelota base: At Madrid y Español. Destacan los partidos entre las tropas americanas y los equipos autóctonos (en ese aspecto el fútbol quedó algo marginado porque los norteamericanos no sabían jugar demasiado bien y los locales no encontraban rival a la altura). Tal vez uno de los pasatiempos más populares fueran los bolos (bowling), sobretodo gracias al influjo de la maquinaria imperialista más eficaz del momento: el cine de Hollywood. Los más viejos del lugar se acordarán de la pista del bar Tequila de Nou de la Rambla, del Bolo Club de la calle Entença (con 10 pistas, el más grande del momento), el Bolopin en Tuset (destaca por su modernidad y buen gusto…). A mediados de los 50 el RCE Español llegará a crear su propia sección de bolos.
Por su parte, los gustos consumistas de los norteamericanos a la hora de elegir sus souvenirs también van a cambiar con el tiempo, se pasa de las españoladas típicas de la época (la gitanilla, el toro y la bota de vino) a comprar productos que todavía no se encontraban en el mercado estadounidense “como la crema Nivea o el jabón Lux, sin olvidarnos de los juguetes eléctricos y muñecas de Famosa“. Por el contrario desaparecerá el intercambio de medias de nylon por favores de tipo sexual (cómo recordaba la Barcelona de los 50 a ciudades como La Habana actual, por ejemplo) que ya poco a poco se encontrarán a un precio más asequible en las tiendas oficiales y locales. Los marineros dejan de regalar cigarros indiscriminadamente y empezarán a hacer sus propios trapicheos con marcas como Camel y Chesterfield que venderán a las vendedoras ambulantes de la Rambla e inmediaciones (o cambiarán por tabletas de hachís que en muchos casos era en realidad goma o neumático).
El libro también destaca las visitas de otros turistas “ilustres” como fue el caso de Ava Gadner a la que le robaron una chaqueta en Los Tarantos de la Plaza Real o del cowboy ultraconservador John Wayne que celebro, si, así literal, la muerte del presidente JF Kennedy en el mítico restaurante Los Caracoles donde fueron legendarias sus borracheras. Tanto las estrellas de cine como los propios marineros norteamericanos iban a pasar la noche a locales como La Macarena, abierto en 1941, saraos donde se podía ver al pintor iconoclasta Ocaña y a veces incluso a Orson Welles o Robert Mitchum. Visitaban locales como el Jazz Colon en la Rambla Santa Mònica que nace en 1962 y que volverán a poner de moda los militares norteamericanos después de convertirse en uno de los primeros locales en pinchar rock (aquí abundan los suboficiales, no tanto los militares de menor graduación que por norma prefieren irse de putas y emborracharse). El Jazz Colón cerraría sus puertas en 1986 (poco después los heroinómanos lo hicieron suyo para pincharse) y con ellas toda una época en la que Barcelona se había erigido en la parada y fonda con más atractivo de todo el Mediterráneo.
El miércoles pasado recibí en casa al propio autor del libro que accedió a protagonizar un experimento que espero tenga continuidad en el futuro. Una especie de video entrevista en directo que bajo el título “El club del fumador” pretende ejercer de plataforma de comunicación (a través de ese maravilloso invento que es Livestream) para todos aquellos que tengan algo interesante que decir. A continuación os pego el enlace al archivo de la entrevista en la que Xavier Theros desgrana algunos de los datos de este libro que tan buenos momentos me ha regalado en este primer mes de 2011
Watch live streaming video from dave_bridge_tv at livestream.com
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